Que manera de presentarse [Thomas]

Las risas inundaban la habitación de Thomas. En ella, sus compañeros jugaban a «Verdad o Maldición», juego cuyas reglas era muy simple: te hacían una pregunta y, si no respondías con la verdad, te ganabas una maldición del tipo tragacaracoles. Uno de sus compañeros se recuperaba de un Furnunculus mientras comenzaba su turno. La pregunta lo tomó por sorpresa, «¿qué hay entre tú y esa Gryffindor a la cual siempre molestas?». Thomas se quedó mudo y serio, pero enseguida recuperó la compostura y rió, respondiendo que ella era tan sólo una forma de entretención más. Su tono fue convincente, y cualquiera que lo hubiera escuchado le hubiese creído, excepto sus compañeros. Lo conocían demasiado bien y sabía cuando mentía, al menos en ese aspecto. Por unos segundos la habitación quedó en silencio, sus compañeros intercambiaron un par de miradas y la lluvia de maldiciones comenzó. Thomas rió, defendiéndose sin problemas y corriendo hasta la puerta. Salió de la habitación y bajó las escaleras rápidamente, sabiendo que en el estado que estaban ellos, no bajarían. Entre las ampollas y forúnculos de uno, y que otro había sido transformado en un canario gigante, esperarían al menos a que las maldiciones pasaran. Para ellos las apariencias iban primero, pero siempre se podían divertir entre compañeros. Cuando llegó al final de éstas se apoyó contra la pared, aún riendo, esperando a que se calmaran los ánimos antes de volver, no tenía ningún deseo de que lo hechizaran ni de que lo obligaran a responder con sinceridad aquella pregunta. Pero antes de considerar la idea de volver a subir, vio a alguien que le pareció familiar.

Caminó hasta frente a la chimenea, en donde se encontraba una muchacha la cual él ya conocía desde hacía un buen tiempo. Le sonrió a Cloe y examinó la situación. Eran pasadas las horas en que los alumnos podían estar fuera de sus habitaciones y como prefecto él debía anunciárselo... pero la muchacha tenía whisky de fuego y cigarros. La decisión no era muy difícil de tomar, además de que él no podría volver a su habitación por un buen rato. Ella no parecía irradiar alegría tampoco, y supo que si él se atrevía a ponerse en el papel de prefecto, se llevaría un buen insulto por parte de la muchacha que tenía en frente. Además, por supuesto, de que no le haría caso y él se negaba a restarle puntos a su propia casa. Para ser prefecto, era bastante subjetivo y no lo negaba.

▬Buenas noches, señorita. ¿Puedo hacerle compañía? ▬preguntó divertido con formalidad, mientras se sentaba a su lado sin esperar respuesta, cruzando sus piernas en posición de loto. Sin borrar su sonrisa la observó por unos momentos, para luego dirigir su mirada hacia el fuego de la chimenea y emitir un leve suspiro por la repentina tranquilidad luego del caos de su habitación.
▬¿Porqué tan sola, C? ▬preguntó con curiosidad. No era normal verla en soledad, siempre estaba acompañada por amigos o algo más que eso. Ella era una persona sociable, al igual que tenaz, dos cualidades que él admiraba.

Thomas la observó con algo de sorpresa, no era uyna respuesta que hubiera esperado de una chica como Cloe, pero fue una sorpresa en un aspecto positivo, al menos ahora sabía que la muchacha en realidad pensaba. Él siempre había sido de los que subestimaban a las personas, y Cloe no era la excepción. A sus ojos ella era una niña malcriada e inmadura, como la mayoría de su casa. Pero al menos para pasar un buen rato, ella le caía bien. Podía decirse que de todas las huecas egocéntricas que por allí rondaban, ella era una de sus preferidas. Pues si bien no la veía como alguien interesante o que llamara su atención, compartían varias cualidades como la tenacidad y la confianza en sí mismos. Jamás vería a aquella chica como algo más que una compañera de clases, a la cual solía consentir por el simple hecho de que le proporcionaba bastante diversión y que no le pedía nada a cambio. Ella era como él en cuanto a sentimientos, no los tenían, eran iguales en cuanto ideales y en cuanto al trato para con los demás. Ella no le exigía explicaciones que él no daría, y viceversa. Era una relación en la que ambos ganaban.

En cuanto ella le ofreció la copa, no lo dudó y la agarró en un abrir y cerrar de ojos. El whisky, su delirio, su elixir preferido luego de la sangre. Le sonrió de lado, divertido.
▬Jamás le quitaría puntos a nadie por saber apreciar una buena bebida ▬declaró, levantando la copa▬ Brindemos, por el poder ▬propuso, sin borrar su sonrisa. Pues, después de todo, era eso lo más importante para él: el poder. El poder sobre todo y todos, él quería controlar todo a su alrededor, tener el poder para hacer que las personas lamieran sus zapatos si él lo deseaba. Él quería ser insuperable, el mejor, el único, indestructible, invencible. Su megalomanía a veces lo preocupaba, y su ambición solía cegarlo, pero a él lo habían criado de esa forma. El fracaso no era una opción, y siempre debía ir por más, más y más. El conformismo era para aquellos que no podían ambicionar algo mejor, eso era algo que su padre le había repetido una y otra vez hasta el cansancio.
Bebió un buen trago de whisky de fuego, permitiendo que aquel intenso sabor se deslizara por su garganta abriéndose paso como fuego ardiente. Se estremeció levemente ante la deliciosa sensación, hacía tanto tiempo que no bebía aquel exquisito licor que ya había olvidado lo bien que se sentía esa sensación de calor recorriendo su cuerpo cual caballo salvaje.